La verdad – o, mejor dicho, una comprensión acertada de la realidad – es la base primordial de cualquier resultado positivo.
No te obsesiones con tu visión de «cómo deberían» ser las cosas, o no aprenderás cómo son en realidad.
Mis errores más dolorosos cambiaron mi perspectiva de:
¡ Sé que tengo razón !
A una de:
¿Cómo sé que tengo razón?
Me aportaron la humildad que me hacía falta para equilibrar mi audacia.
Saber que podía equivocarme de medio a medio, y la curiosidad de saber por qué otras personas inteligentes veían las cosas de modo distinto me obligó a ver las cosas a través de los ojos de los demás, aparte de los míos.
Así pude apreciar muchas más dimensiones que con solo mi propia visión.
Aprender a sopesar las aportaciones ajenas para escoger las mejores – es decir, a que la credibilidad ponderara mi capacidad de decisión – aumentaba mis probabilidades de tener razón.
Para alcanzar la excelencia tenemos que superar nuestros límites, y cuando lo hacemos, nos estrellamos y sufrimos mucho. Pensamos que hemos fracasado, pero no es cierto, a no ser que nos rindamos.
Lo creamos o no, el dolor se pasa y vienen muchas más oportunidades, aunque sea difícil verlas en el momento. Lo más importante es que atesoremos las lecciones que extraigamos de esos fracasos, que adquiramos una apertura de miras radical y seamos humildes, para aumentar nuestras probabilidades de éxito. y que sigamos adelante.
Siempre hay un camino bueno por descubrir: búscalo hasta que des con él; no te quedes con la opción que, en apariencia, te parezca mejor en el momento.
