En una romántica ciudad europea, la preferida por los amantes, había dos restaurantes.
Estaban situados uno enfrente del otro. Servían un tipo de comida muy similar y, a primera vista, se asemejaban mucho.
Pero en uno de ellos siempre había una larga cola en la calle. Todas las noches.
¿El otro? Tenía casi todas las mesas vacías.
Curioso, ¿no te parece?
Apostaría a que el dueño del local vacío tiene un millar de seductoras justificaciones y un millón de atractivas excusas de por qué su restaurante no goza de popularidad.
Supongo que frases como «solo es suerte», «están mejor situados», «no encuentro un gran chef», «cuesta encontrar buenos trabajadores» o «la economía hace que me sea imposible tener éxito» ocuparán los primeros puestos de su lista.
Ninguna de estas excusas serían afirmaciones veraces. Solo sirven para que el propietario se sienta mejor por tener las mesas vacías.
La realidad es que el restaurante exitoso encontró la forma de brillar. Igual que podría haber hecho el establecimiento de enfrente.
Sin embargo, ceder el poder propio es mucho más sencillo. Resulta más fácil dejarse llevar, con un mínimo compromiso con la experiencia, una pobre ética laboral y sin pasión alguna por crear algo especial.
Culpar a los astros de la falta de maestría y de unas malas circunstancias solo sirve para que las personas se sientan mejor.
Porque asumir toda la responsabilidad de nuestros actos y sus consecuencias exige librar una batalla contra nuestros dragones y demonios.
Requiere una extrema valentía y una profunda sabiduría que pocos están dispuestos a adquirir.
Y, sin embargo, para obtener los resultados que muy pocos tienen, hay que hacer cosas que muy pocos hacen.
En realidad, no tenemos suerte en la vida. La suerte la creamos nosotros. En cuanto actuamos de la forma correcta.
¿Qué significa actuar de la forma correcta ante una situación como ésta?
Pues significa aceptar la posibilidad de que tengamos la mente cerrada y estemos ignorando un abanico amplísimo de posibilidades.
Muchas personas nos pasamos la vida corriendo detrás de lo que vemos y dándonos de bruces contra aquello que no vemos, hasta que a fuerza de tropezar acabamos por aceptar nuestra ceguera.
Si aceptamos que hay situaciones en las que estamos ciegos, podremos buscar la manera de ver; pero si lo ignoramos, tropezaremos una y otra vez con la misma piedra.
Cuando reconocemos que tenemos puntos ciegos y aceptamos abiertamente que los demás quizá vean ciertas cosas mejor que nosotros – y que los peligros y oportunidades que nos señalan existen – seguramente tomaremos mejores decisiones.
Te aconsejo que hoy te prometas a ti mismo dejar que el virtuosismo sea tu luz, que la diligencia sea tu estrella polar, que la integridad sea tu faro y que la búsqueda de la grandeza durante toda tu vida sea tu brújula.

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